Entre las celebraciones que la
ciudad de Buenos Aires, como capital mundial del libro 2011-2012, tuvo, se
programó y editó una obra que recogía los cuentos que los abuelos inmigrantes
contaban (se supone) a sus nietos porteños. El título era prometedor: Mis abuelos también lo cuentan, cuentos
que los “referentes institucionales” de 50 colectividades residentes en la
ciudad de Borges y Cortázar ofrecían a nuevas generaciones. El máximo referente cultural de la ciudad anunciaba:
“Cuentos que se convierten en un puente vivo entre el ayer y el hoy”. Otros
referentes apuntaban:
- Referente político máximo: “Un libro que se incorpora a
la biblioteca de cada niño de nuestra ciudad” (o hay pocos niños en la ciudad
–unos pocos miles- o el número de ejemplares ha sido superior a medio millón).
-
Referente político cultural: “La literatura infantil
suele abordar los grandes temas de la Literatura” (un ingeniero opinando de libros para
niños, curioso).
-
Referente político de relaciones institucionales: “Son
50 cuentos infantiles de 50 orígenes diferentes” (no ha debido leerse el libro
porque no existen 50 cuentos en su interior)
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Ilustración de Ana Sanfelippo |
El libro recoge teóricamente cincuenta
“cuentos adaptados especialmente”, tan especialmente que muchos no se parecen
al original o cada adaptador/a ha hecho lo que le ha parecido, actualizaciones
de clásicos incluidas. Es VERGONZOSO que no haya habido una mínima revisión
literaria, que nadie se haya dado cuenta de decenas y decenas de errores, que
nadie haya visto que era un producto con un título equivocado. Para muestra,
unos cuantos botones:
- El cuento austriaco está
escrito por un alemán.
- “Caperucita Roja” no representa
a Alemania o que me lo expliquen (una historia que viene desde tiempos
anteriores a la Edad Media
y que los niños franceses e italianos conocían ya en el siglo XI. ¿Alemán
porque los Grimm lo reescribieran en el siglo XIX?).
- Platero y yo no es ningún cuento infantil, no representa a España
(y lo dice un español) y está pésimamente adaptado ya desde el título: “Mi
burrito Platero”. Luego, en 360 palabras se despacha un precioso libro poético,
lleno de sutilezas y emociones. Un horror.
Ilustración de Fernanda Bragone |
- El cuento catalán está mal
traducido, el cuento (leyenda recogida por Clarice Lispector) brasileño está
mal citado y traducido.
- Uruguay está representado por
un candombe escrito en el 2011 por un argentino y con un título tan cercano a
la infancia como: “Candombe del 6 por ciento”.
- El cuento inglés –“Juan, Pablo,
Jorge y Ricardito”- tiene que ver con los abuelos como un chupete o un
sonajero: nada. Son los nombres castellanizados de The Beatles insertados en una historia actual sin ningún atractivo.
- El cuento italiano –“Pinocho”-
es otra historia fallida ¿o piensan, quienes la adaptaron, que se puede contar
en 400 palabras la complejidad del libro de Collodi?
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Ana Sanfelippo en su estudio |
- Y más… un niño libanés no puede
llamarse Javier, “Cenicienta” puede ser un cuento de Perrault pero cualquier
francés abominaría que les representara (además de ser un cuento hindú, escrito
muchos siglos antes por chinos e italianos), los dioses griegos no son las
historias que los abuelos atenienses o tesalonicenses cuenten a sus nietos, el
cuento rumano está sacado de la novela de un irlandés, “Drácula” en menos de
quinientas palabras suena inquietante para niños… por lo aterrador de la
adaptación, las historias de gallegos y vascos son de escritores vivos, nunca
de cuentos de abuelos, etc., etc., etc.
Lo dicho: un disparate de
selección y adaptación de cuentos agravado por ser todo MUY FAMILIAR, demasiado
familiar. La principal adaptadora de cuentos –Graciela Repún (Buenos Aires,
1951)- coloca a su familia y alumnos de su taller de escritura al frente de
historias de nigerianos, caboverdianos, chinos o uruguayos. Su marido –Enrique
Melantoni (Luján, provincia de Buenos Aires)- y sus dos hijos –Julián y Marina-
son los autores de varios textos, muchos, incluido ese candombe uruguayo tan
tierno e infantil. El resto, salvo alguna excepción, alumnos (más bien alumnas)
del taller de escritura de Graciela. TODO QUEDA EN CASA, y así salen las cosas
cuando no se entiende de literatura para niños, ni de cuentos populares, ni de
qué es lo que realmente contaban los abuelos inmigrantes en las casas y
conventillos de la ciudad a principios y mediados del siglo XX.
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Ilustración: Ana Sanfelippo |
Si uno con sus familiares, amigos
y conocidos hace un libro como este y se lo paga de su bolsillo, perfecto. Pero
hacerlo con dinero público, en una edición muy cara a todo color en todas las
páginas (224), con pretensiones de ser un documento representativo usando a los
abuelos como excusa, creo que es algo denunciable, dado el resultado final.
Tampoco parece existir ningún
tipo de sensación de deshonestidad, bochorno o vergüenza entre la gran familia
de adaptadores. Quizás haya que decirlo en los idiomas de los abuelos:
vergogna, verecundia, honte, vergonya, vergonha, shame, schamgefühl, stud, géda,
skam o ese maravilloso: virgogna.
(Puede verse y descargarse el
libro -en un “pdf” de 32 megas- en:
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Il.: Ana Sanfelippo |
Dentro de este desastre literario
hay que salvar el trabajo de los ilustradores, cuyos dibujos desde la portada o
tapa del libro invitan a la lectura. Coordinados por una especialista como
Monica Weiss (Adrogué, provincia de Buenos Aires, 1956) se muestran los
trabajos de 50 artistas, algunos de ellos noveles, muchos principiantes en el
mundo de la ilustración y algún otro con varios libros ilustrados para niños en
su currículo. Es de agradecer que en esta selección no haya predominado la
familiaridad como en los textos y se puedan descubrir trabajos como los de
Gabriela Pascale, Agustina Suárez, Lucía Heber, Paula Golubicki, Lorena
Castillo, Paula Vintimiglia, Verónica Fradkin, Gabriela Thiery o Josefina Wolf.
Un conjunto de ilustradores e ilustradoras que se merecen una pequeña
referencia biográfica y profesional en un libro que lo permite.
A esta pequeña selección quiero
añadir y destacar dos jóvenes ilustradoras cuya calidad, dominio del collage,
de la acuarela o de técnicas mixtas es grande, y cuyas interpretaciones de los
cuentos del libro me parece que aportan alegría a las historias, una –árabe-
con decenas de cabezas cortadas en su interior (para que los niños aprendan,
obviamente) y otra –caboverdiana- con toda la melancolía del mar océano que un
escritor afincado en Lisboa tiene de su tierra natal (también muy infantil).
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Fernanda |
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Diavolo (il.: F. Bragone) |
La primera es de Ana Sanfelippo,
ilustradora, diseñadora gráfica, calígrafa y dominadora de muchas más artes. Da
clases de tipografía en la UBA
y gusta de ofrecer júbilo a sus oyentes y lectores. En palabras de ella: “Publiqué
algunos libros acá, otros en México y en España. Recibí algunos reconocimientos
como el premio Destapa, expuse letras en
la Bienal
Iberoamericana de diseño y en la muestra Typeit, y tuve la
oportunidad de participar del workshop
de ilustración de Bratislava 2011 realizado en el marco de la Bienal de Ilustración Infantil
cita en dicha ciudad. Estudié con Mirella Musri, Istvansch, Mónica Weiss y un
tiempo con Pablo Cabrera. Estoy con muchas ganas de seguir aprendiendo y
creciendo. Espero sumar alguna sonrisa a quien tenga la oportunidad de
encontrarse con mi trabajo”. Sonrisas que aporta a una de las partes más
crueles de Las mil y una noches
(texto elegido por la adaptadora como representativo de este libro milenario) y
que reparte en otros trabajos suyos.
Caperucita (il.: Fernanda Bragone) |
Fernanda Bragone (Buenos Aires,
1976), se formó en una escuela técnica porteña, para recibirse posteriormente
como profesora de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano
Pueyrredón. Desde 1997 trabaja en talleres de plástica, en escuelas comunes y
de educación especial. Desde 1998 participa en exposiciones de pintura,
individuales y colectivas. Desde el 2007 participa en proyectos de ilustración
para niños. Ha realizado colaboraciones para la revista Rumbos y Nuestra cultura,
de la Secretaria
de Cultura de la
Nación. Estudió ilustración con Monica Weiss e Istvan
Schritter. Ilustró el libro La niña momia,
de la editorial Crecer Creando, escrito por Mario Méndez. Participó últimamente
en la exposición colectiva sobre textos de Roberto Arlt en el centro Recoleta.
Realiza actualmente ilustraciones para la revista chilena Terminal. Sus dibujos e ilustraciones muestran formas suaves para
textos con complejidades de interpretación, ofreciendo visiones diferentes del
mar o del mundo del misterio, lleno de diablos o famosos luchadores.
Por fin las cosas dichas como son. Me lo llevo a FCB.
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