Las Ferias del Libro tienen sus estrellas, que no siempre son los escritores. Se agradece en algunas de ellas –la de Buenos Aires en concreto- que tras las peleas dialécticas entre oradores que inauguran un acto cultural, una competición entre partidarios de uno u otro con aplausos, cantitos y gritos varios, se deje paso a los que tienen algo que decir y aportar. Por ello, tras una inauguración siempre polémica y frentista de un jueves 19 de abril (“No aprenden estos adultos” diría Mafalda) vino la palabra, la voz y la sabiduría de Eduardo Galeano.
Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) es un escritor comprometido
con el hombre (léase hombre y mujer, niño y adulto, americano y africano…) y
con la época llena de injusticias que le ha tocado vivir. Periodista y escritor,
entre otros oficios manuales que permiten pensar, sus pequeños relatos sobre la
otra verdad de los poderosos (políticos, grandes multinacionales, colonialismos
varios…) le han granjeado la simpatía de millones de lectores, admiradores de Las venas abiertas de América Latina (1973)
o de El libro de los abrazos (1989).
Este 2012 presenta un diario con 366 pequeños historias que denuncian
situaciones de vergüenza humana en todos los rincones del mundo, una para cada
hoja del calendario gregoriano: Los hijos
de los días. Su charla el viernes 20 de abril pasado llevaba el título de
su último libro.
Una charla con oyentes que esperaron colas de casi siete
horas y que produjo tres espacios para que unas 2500 personas pudieran oír sus
palabras y ver en la lejanía su rostro virado al gris (en vivo y en directo vestía
de verde y marrón). Una avalancha de gente que produjo vallas caídas, empujones
y gritos varios. Mientras, la prensa (“por favor, la prensa a la izquierda”)
buscaba sus huecos en el salón principal y escuchaba una nefasta presentación
de un tal Carlos Díaz: “Esto es impresionante. No tengo palabras. Eduardo odia
las presentaciones”. Y efectivamente, con introducciones como la que tuvo Galeano
es fácil odiar a quien no tiene nada que decir.
Eduardo entró despacio, muy despacio, en la sala José
Hernández de la Feria del Libro de Buenos Aires, sala que le tributó una
ovación de noventa interrumpidos segundos con ecos al aire libre. Sus primeras
palabras, pausadas, graves, sonoras, sin prolegómenos, fueron: “Sí, si… y los
libros se echaron a caminar. Y ellos nos hicieron a nosotros, los hijos de los
días, los averiguadores, los buscadores de la vida. Y si somos hijos de los
días, de cada uno brota una historia”. Luego fue contando días, hojas de su
nuevo libro que hablaban de miedos, de bancos mundiales, de empresas mineras y
de la Iglesia, del pasado y del presente, de niños. Cada día era aplaudido con
pasión y muchos con rabia, rabia que tuvo su ranking, con encendidos y largos aplausos
a su historia contra las mineras (que dedicó a valles y pueblos mineros en
lucha, como el argentino Valle de Famatina), seguidos de cerca por la
valoración de las historias contra los desmanes de Estados Unidos de Norteamérica
–segundo lugar- y de la Iglesia Católica
en tercer lugar. La historia de la argentina Juana Azurduy levantó pasiones
cercanas a las que produjo la lucha de la boliviana Domitila Barrios. Cada
historia tenía su día y el 31 de diciembre tuvo dos, en un cierre que tras dos
horas supo a “hasta la próxima”. (Puede verse su charla completa en: http://eduardogaleano.org/2012/04/23/presentacion-bs-as-completa/
)
Galeano habló de niños y de historias tristes y no tan
tristes. Una de ellas, ubicada en un pueblo de la Rioja española, hablaba de un
niño de tres años que en una procesión de Semana Santa le gritaba a un doliente
Jesucristo que se defendiera. Una historia que puede unirse a los varios textos
que Eduardo Galeano ha escrito para niños, textos poco conocidos y todos de
gran calidad literaria y visual.
El primero de ellos es La
piedra arde (Salamanca, Lóguez, 1980) una historia que es toda una fábula
moderna sobre el sentido de la vida donde un viejo, tras una larga vida llena
de marcas profundas en su alma, no quiere ser joven y partir una piedra que le
dará esa juventud. Sus palabras finales encierran toda una filosofía moral: “Si parto la piedra, estas marcas se
borrarán. Pero estas marcas son mis documentos, ¿comprendes? Mis documentos de
identidad. Me miro al espejo y digo: «Ése soy yo», y no siento lástima de mí.
Yo luché mucho tiempo. La lucha por la libertad es una lucha de nunca acabar.
Ahora hay otros que luchan, allá lejos, como yo he luchado. Mi tierra y mi
gente no son libres todavía. ¿Comprendes? Yo no quiero olvidar. No parto la
piedra porque sería una traición”
Ilustración: Luis de Horna |
Un libro que
ilustró Luis de Horna (Salamanca, 1940) con su peculiar estilo que recuerda al
trabajo de los monjes en los beatos lebaniegos: minucioso y lleno de color.
Galeano demostró, y se demostró a sí mismo, que se puede hablar a un niño con
palabras que le enseñen a ver el mundo con otros ojos. Un relato que no tiene
edades lectoras, que algunos críticos han colocado “a partir de cinco años” y
que conviene leer con unos pocos años más, tres o cuatro (es decir, teniendo
ocho o nueve años). De difícil adquisición actual, puede leerse entero –dibujos
incluidos- en: http://www.fileden.com/files/2007/4/5/958730/Galeano%20Eduardo%20-%20La%20Piedra%20Arde.doc
Esculturas: Antonio Santos |
El segundo es Historia de la resurrección del papagayo
(Barcelona, Libros del zorro rojo, 2008) una leyenda del nordeste brasileño a
la que Galeano da nueva vida: “El hombre recuperó el habla, / y contó
que el papagayo se había ahogado/ y la niña había llorado/ y la naranja se
había desnudado/ y el fuego se había apagado/ y el muro había perdido una
piedra/ y el árbol había perdido las hojas”. Un relato que se hace rítmico, encadenado
y que produce emociones en el lector, infantil o adulto. Esta vez sí es un
relato para pequeños de seis o más años que disfrutaran con unas imágenes que
son esculturas del artista oscense Antonio Santos (Lupiñén, 1955) en una
conjunción con el texto bella y cautivadora. Al misterio de las palabras se une
el misterio de las esculturas de madera.
El tercero, por ahora, es una obra editada en una colección
juvenil y que es una recopilación de relatos dispersos en varios libros de
Galeano. Se trata de Los sueños de Helena
(Barcelona, Libros del zorro rojo, 2011), sueños que nos llevan a la infancia: “Aquella
noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados, pero Helena no podía
soñarlos a todos, no había manera. Uno de los sueños, desconocido, se
recomendaba:
- Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.
- Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.
Hacían la cola unos cuantos sueños nuevos, jamás soñados,
pero Helena reconocía el sueño bobo, que siempre volvía, ese pesado, y a otros
sueños cómicos o sombríos que eran viejos conocidos de sus noches de mucho
volar”.
Libro que se hace a ratos poético a ratos divertido, siempre
interesante y atrapador. Las ilustraciones, otra vez casi esculturas en un
collage que mezcla técnicas y volúmenes, son de Isidro Ferrer (Madrid, 1964),
un creador que da grandes aires a los textos de Galeano, que confiesa en el prólogo
que son los sueños que le cuenta su actual mujer: “Helena me humilla cada
mañana, a la hora del desayuno, contándome sus sueños prodigiosos. Entra en la
noche como en un cine, y cada noche un sueño nuevo la espera. Mientras ella
cuenta, yo bebo mi café en silencio. Más me vale callar”. Editado con esmero es
un libro que entra por todos los sentidos.
Collage de Isidro Ferrer |
Esperamos más libros para lectores de ojos infantiles de un
escritor que piensa mucho en ellos y en su mirada, la asombrada mirada que
sobre el mundo tienen los niños.
Las dos ediciones de "Los libros del zorro rojo" se pueden encontrar en Argentina sin problemas (bueno, con el problema del precio de "Los sueños de Helena").
ResponderEliminarQué bonito escibes. O sea, de tal palo, tal astilla.
ResponderEliminarPalermita